miércoles, 6 de junio de 2012

la heladera

Hoy me tenía que levantar a las 6, porque traían la heladera. Pude levantarme 6:30 mientras llegaban los fleteros. Todavía era de noche y llovía imperceptiblemente como si la lluvia fuera el único clima del mundo. Mientras los dos hombres subían la heladera yo les iba prendiendo las luces intermitentemente para que no tengan que ver en la oscuridad.
Había mucho silencio. Me la dejaron al lado de la ventana de la cocina y se fueron.
Intenté volver a dormir pero no pude, nunca puedo. Desde la cama la miraba. Ahí quieta, blanca, y yo intentando adaptarme. La heladera tapa parte de la ventana de la cocina, estuve horas intentando acostumbrarme, pero no pude. Lo único que hice fue esperar a que mute, que se transforme, que cambie. Pensé en lo positivo, pensé: Ahora voy a poder tener cosas frías, queso, cerveza, agua, fruta. Va a servir para guardar para más tarde. Pensé: puedo decorarla mientras me acostumbro, pegarle fotos, hacerla más cálida. Pero no me podia dormir, me puse a leer pero miraba por arriba del libro cada un minuto. Todo en silencio, las ramas del árbol moviéndose por un viento indefenso, la heladera y yo. Intenté pensar cómo era mi casa hacía unas horas, sin la heladera, pero no pude. Había pasado muy poco tiempo, pero parecían siglos, fue triste. ¿Cómo era yo antes de la heladera tapando parte de mi ventana? No tengo idea, está ahí y yo quisiera sacarle el freezer para que me deje ver, cortarle la cabeza. Sin el freezer sería ideal, yo lo sé, es mi heladera. Pero no puedo. No se puede. Así que pensé en que por lo menos había quedado un hueco entre la heladera y la mesada. Me levanté y lo medí. Es un espacio donde pueden entrar dos cuerpos que se quieren. Nada más parecido al amor que dos cuerpos que se quieren.

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