El día que abandonamos lago Paimún se sentía un calor sofocante, precedente a una tormenta devastadora. La ruta de tierra ya sabida por la ida se transformaba en polvo, no pasaba un sólo auto, cada dos o tres cuadras parábamos a descansar y en cada arroyo que atravesaba subterráneamente el camino nos acostábamos como lagartos a tomar el agua que corría, a veces sin soltar el equipaje.
Seguimos caminando sin hablar y sin apuro, hasta que cruzamos a dos chicos también a pie. Íbamos al mismo lado y ellos se ofrecieron para llevarnos una de las dos mochilas que cargábamos cada una.
Partimos el equipaje y el camino se acortó. Ya no paramos a tomar agua ni a descansar.
Yo, por mi lado, iba adelante con el caminante que me tocó en suerte, creo que se llamaba Fabián.
Me dio un cigarro y fuimos fumando y hablando lo necesario hasta llegar al punto de partida anterior: la entrada de Piedra Mala.
Paimún es un desvío y más allá de éste no hay más lagos ni camino, solamente montañas tapando el más allá.
Cambiamos unos mentolados que llevaba yo de reserva por unos luckys que llevaba él y nos despedimos en la puerta del Huechulafquen.
Después de descansar un rato y fumar tranquilas, seguimos nuestro camino, que nos llevaría al colectivo para apurar el próximo trayecto.
En la extensión marcada por senderos cercados, encontramos algunos atajos de los cuales tomamos uno, y en lo único que nos lo dificultó fue en que atravesar éstos significaba saltar tranqueras y alambrados.
Así lo hicimos hasta que nos tiramos a la sombra de un árbol enorme.
La temperatura era contraria ahí abajo, el aire era fresco y húmedo.
Cerramos los ojos y cuando los abrimos escuchamos una voz que nos llamaba.
Era José Luis, un salteño acostumbrado a cargar kilos de equipaje por montañas altísimas guiando a deportistas extranjeros.
Él iba con una caña en una mano marcando el camino, y en la otra colgaba mochilas, mientras nos contaba las formas de los europeos de llevar elementos hechos de materiales especiales para deportes extremos, así las bicicletas llegaban a pesar cinco kilos y la comida era en píldoras.
También nos contó de un lugar de la costa bonaerense, llamado San Cayetano, que todavía estaba virgen, y nos aconsejó que dejáramos de fumar.
Tomamos a San Cayetano como posible destino de vuelta, sabiendo que todo plan de vuelta es abortado en la mayoría de los casos, como todo plan.
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