martes, 26 de mayo de 2015

El fuego

1. El cielo de noche

Salgo a fumar un cigarrillo a la vereda de pasto al lado del Club Madreselva, estoy en una exposición de la revista Espejo, que se hace una vez por año en el pueblo donde nací, que junta a mucha gente, muchas expresiones, pero también muchos tiempos en uno y que a la vez va marcando su paso con el número de su aniversario. Para gente provinciana como yo, esta sensación contradictoria que tiene la temporalidad es y será, toda la vida, algo insoportablemente fuerte, y como todo lo que así es, inexplicable. En el fondo sé que es el último cigarrillo que fumo antes de dejar de fumar otra vez. Estoy en Lobos, tengo puesto un saco negro, largo vapor frío por la boca, está empezando a aparecer la niebla. Miro para el costado, metiéndome un poco en las proximidades: una casa blanca con un reflector, un patio abierto a la calle. En el fondo: una mesa con un lavatorio de material, lo que daría por entrar a ver, subo en diagonal la vista: un pino de plaza con la luna creciente al lado, vuelvo a mi lugar a mirar hacia el frente: el esqueleto de un camión, un chico que conozco pasando con una campera marrón de gamuza, el dorado de algunos bordes de la noche, el color que deja en todas las cosas la niebla. Como si no me alcanzara, vuelvo a mirar hacia el fondo de la casa de al lado, ingreso lentamente unos pasos. Un gato del tamaño de un perro o de un gato montés se queda quieto mirándome. Siempre hay otro testigo, hasta del estremecimiento.Vuelvo al pasto, tiro el humo de mi último cigarrillo hacia arriba y las veo: todas las estrellas del cielo de Lobos, ancho y abierto, alto y accesible, terrenal y oceánico. Me estremezco como lo hice hace poco por otras cosas que ahora no están, pienso en el cielo de Jujuy inmediatamente y todas las sensaciones se acrecientan, ruego que no venga nadie a molestarme. Se destaca como siempre la cruz del sur, cada vez que miro el cielo nocturno la veo. ¿Es un acto de libertad o estoy atada a la constelación que no puedo dejar de ver al inclinar la cabeza, al posicionar la vista? como si el cielo también tuviera un horizonte.


2. La plaza de mayo

Ya es mañana. Viajo con parte de mi familia y con Ceu en auto por la ruta. Vamos escuchando un cd de Sofía Viola. Yo llevo la cabeza apoyada contra la ventanilla para que el sol atraviese el vidrio y me dé en la cara. Mientras suena una canción que todos escuchamos en silencio pienso que voy a escribir esta escena en mi diario. Termino de pensar eso y Siri, que va sentado adelante, saca un cuaderno que veo desde atrás que es un diario y anota algo abajo de la fecha "25 de mayo". Termina la canción y mamá está llorando de emoción. Últimamente la gente que me rodea, incluida yo, se emociona fácilmente. Hace poco Ceu lloraba en un bar y a la pregunta de qué te pasa Ceu, escucho: "Nada, lloro de emoción porque no lo puedo creer". Llegamos a Buenos Aires y al rato a la plaza de mayo, papá quiere comer empanadas, locro, sopa paraguaya. La cantidad de gente no se puede creer. Somos parte de los que venimos desde el campo y llegan a las dos de la tarde, por eso podemos estar al lado de la pirámide de la república, amontonados. Me desespero un poco entre la gente, tengo que confesar, a causa de la abstinencia de decidir nuevamente dejar de fumar, después de un mes de recaída, y sumando un desafío agregado para poder disciplinarme: no tomar alcohol por una semana. Comienzan a pasar latas de cerveza flameando sobre las cabezas de la gente y los aromas a tabaco que largan otros comienzan a acercarse a mí a causa de vientos inintencionados. Logramos meternos adentro de un cantero detrás de la pirámide. Escuchamos hablar a Cristina. Pienso muchas cosas. Pienso: cómo te voy a extrañar Cristina, pero es verdad que no debería depender de vos este proyecto, pero cómo te voy a extrañar. Me muevo para verla en un pedazo de pantalla que alcanzo a ver y pienso: dios mío cómo puede ser tan hermosa esta mujer, soñada, divina!. Recuerdo, a través de lo que dice, todas las cosas que durante doce años hizo este gobierno y pienso en que es casi imposible no querer a alguien en ocho años de estar ahí hablándote, diciéndote al oído tantas cosas preciosas que después ves en la práctica, que recordás haber visto en la divina realidad. Escucho que dicen que somos más de 700 mil personas y pienso que eso equivale a más de 15 veces la densidad demográfica de Lobos, veo en las imágenes de las pantallas que el amontonamiento de gente llega al obelisco, pienso "nosotros acá, clavados en el cantero". Estallan los fuegos artificiales interminables y me acuerdo del cielo de Lobos, de las estrellas que vi anoche en soledad o con un gato. Cercioro, como siempre, la ausencia estelar de los cielos porteños, pero veo cómo se ilumina gratamente la estratósfera y cómo hace de fondo maravilloso a las dos palmeras que tantas cosas vieron en esta plaza del pueblo. Vengo del pueblo a meterme en un pueblo más grande, simbólico, sensacional. Empieza a tocar Buena Vista Social Club y me pongo a bailar como un animal o un resorte, cantando "se quedó dormida y no - apagó la vela", pienso en qué momento llegué a reírme así de mí misma. Miro para adelante y los veo a Pablo y a Ro bailando como si fueran cubanos, al lado a Ceu, moviendo las caderas y al otro lado a mis viejos dando vueltas agarrados de las manos y a Siri riéndose solo mirando el cielo lleno de globos partidarios, restos de fuegos artificiales, luces y un drone que pasa y le saca una foto.