1. El cielo de noche
Salgo a fumar un cigarrillo a la vereda
de pasto al lado del Club Madreselva, estoy en una exposición de la
revista Espejo, que se hace una vez por año en el pueblo donde nací,
que junta a mucha gente, muchas expresiones, pero también muchos
tiempos en uno y que a la vez va marcando su paso con el número de
su aniversario. Para gente provinciana como yo, esta sensación
contradictoria que tiene la temporalidad es y será, toda la vida,
algo insoportablemente fuerte, y como todo lo que así es,
inexplicable. En el fondo sé que es el último cigarrillo que fumo
antes de dejar de fumar otra vez. Estoy en Lobos, tengo puesto un
saco negro, largo vapor frío por la boca, está empezando a aparecer
la niebla. Miro para el costado, metiéndome un poco en las
proximidades: una casa blanca con un reflector, un patio abierto a la
calle. En el fondo: una mesa con un lavatorio de material, lo que
daría por entrar a ver, subo en diagonal la vista: un pino de plaza
con la luna creciente al lado, vuelvo a mi lugar a mirar hacia el
frente: el esqueleto de un camión, un chico que conozco pasando con
una campera marrón de gamuza, el dorado de algunos bordes de la
noche, el color que deja en todas las cosas la niebla. Como si no me
alcanzara, vuelvo a mirar hacia el fondo de la casa de al lado,
ingreso lentamente unos pasos. Un gato del tamaño de un perro o de
un gato montés se queda quieto mirándome. Siempre hay otro testigo,
hasta del estremecimiento.Vuelvo al pasto, tiro el humo de mi último
cigarrillo hacia arriba y las veo: todas las estrellas del cielo de
Lobos, ancho y abierto, alto y accesible, terrenal y oceánico. Me
estremezco como lo hice hace poco por otras cosas que ahora no están,
pienso en el cielo de Jujuy inmediatamente y todas las sensaciones se
acrecientan, ruego que no venga nadie a molestarme. Se destaca como
siempre la cruz del sur, cada vez que miro el cielo nocturno la veo.
¿Es un acto de libertad o estoy atada a la constelación que no
puedo dejar de ver al inclinar la cabeza, al posicionar la vista?
como si el cielo también tuviera un horizonte.
2. La plaza de mayo
Ya es mañana. Viajo con parte de mi
familia y con Ceu en auto por la ruta. Vamos escuchando un cd de
Sofía Viola. Yo llevo la cabeza apoyada contra la ventanilla para
que el sol atraviese el vidrio y me dé en la cara. Mientras suena
una canción que todos escuchamos en silencio pienso que voy a
escribir esta escena en mi diario. Termino de pensar eso y Siri, que
va sentado adelante, saca un cuaderno que veo desde atrás que es un
diario y anota algo abajo de la fecha "25 de mayo". Termina
la canción y mamá está llorando de emoción. Últimamente la gente
que me rodea, incluida yo, se emociona fácilmente. Hace poco Ceu
lloraba en un bar y a la pregunta de qué te pasa Ceu, escucho:
"Nada, lloro de emoción porque no lo puedo creer".
Llegamos a Buenos Aires y al rato a la plaza de mayo, papá quiere
comer empanadas, locro, sopa paraguaya. La cantidad de gente no se
puede creer. Somos parte de los que venimos desde el campo y llegan a
las dos de la tarde, por eso podemos estar al lado de la pirámide de
la república, amontonados. Me desespero un poco entre la gente,
tengo que confesar, a causa de la abstinencia de decidir nuevamente
dejar de fumar, después de un mes de recaída, y sumando un desafío
agregado para poder disciplinarme: no tomar alcohol por una semana.
Comienzan a pasar latas de cerveza flameando sobre las cabezas de la
gente y los aromas a tabaco que largan otros comienzan a acercarse a
mí a causa de vientos inintencionados. Logramos meternos adentro de
un cantero detrás de la pirámide. Escuchamos hablar a Cristina.
Pienso muchas cosas. Pienso: cómo te voy a extrañar Cristina, pero
es verdad que no debería depender de vos este proyecto, pero cómo
te voy a extrañar. Me muevo para verla en un pedazo de pantalla que
alcanzo a ver y pienso: dios mío cómo puede ser tan hermosa esta
mujer, soñada, divina!. Recuerdo, a través de lo que dice, todas
las cosas que durante doce años hizo este gobierno y pienso en que
es casi imposible no querer a alguien en ocho años de estar ahí
hablándote, diciéndote al oído tantas cosas preciosas que
después ves en la práctica, que recordás haber visto en la divina
realidad. Escucho que dicen que somos más de 700 mil personas y
pienso que eso equivale a más de 15 veces la densidad demográfica
de Lobos, veo en las imágenes de las pantallas que el amontonamiento
de gente llega al obelisco, pienso "nosotros acá, clavados en
el cantero". Estallan los fuegos artificiales interminables y me
acuerdo del cielo de Lobos, de las estrellas que vi anoche en soledad
o con un gato. Cercioro, como siempre, la ausencia estelar de los
cielos porteños, pero veo cómo se ilumina gratamente la
estratósfera y cómo hace de fondo maravilloso a las dos palmeras
que tantas cosas vieron en esta plaza del pueblo. Vengo del pueblo a
meterme en un pueblo más grande, simbólico,
sensacional. Empieza a tocar Buena Vista Social Club y me pongo a
bailar como un animal o un resorte, cantando "se quedó dormida
y no - apagó la vela", pienso en qué momento llegué a reírme
así de mí misma. Miro para adelante y los veo a Pablo y a Ro
bailando como si fueran cubanos, al lado a Ceu, moviendo las caderas
y al otro lado a mis viejos dando vueltas agarrados de las manos y
a Siri riéndose solo mirando el cielo lleno de globos partidarios,
restos de fuegos artificiales, luces y un drone que pasa y le saca
una foto.
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