sábado, 2 de junio de 2012

segundo viaje al sur


Para no tomar el colectivo en retiro, tomamos el intersección de rutas en mercedes y averiguamos cuál de todos los colectivos era. estaba atardeciendo, tomamos mate en la banquina contra los paragolpes de la ruta esperando. Pasaron muchos que no eran o no nos veían, hasta que por fin se detuvo uno “del valle”. y cuando nos sentamos en los últimos asientos del piso de arriba, se hizo de noche.


nos ahorramos horas y gente en multitud. como tomarse un alical en colectivo. los de adelante comían a morir.

el viaje duró hasta las cinco de la tarde del día siguiente, casi un día hasta san martín de los andes, que pasamos fumando con los colectiveros.

cuando llegamos, después de hacer compras indispensables, agarramos dos dedos, un colectivo y otro dedo hasta llegar a winkamawida en lago hermoso.



Juan estaba con unos amigos que lo habían ido a visitar, y hacían sobremesa al lado del estanque. más viejo y hostil, nos aclaró que nos rebajaba a la mitad el hospedaje en el refugio y que el negocio que habíamos programado entre los tres había sido desechado. nada novedoso, el fin mayor ahora era vender el lugar para poder irse.

dejamos las cosas y nos fuimos a tomar birra al lago, en el camping de en frente, había más gente que el año anterior.

La segunda noche fuimos a ver qué onda en el camping de en frente. anduvimos por el camino de tierra, oscuro y con vacas cruzándose, hasta infiltrarnos en los fogones del camping.

además de que el turismo había avasallado el lugar, la gente escuchaba música electrónica acompañada de reflectores. otros tocaban la guitarra íntimamente. nos paramos en cada fogón a observar la humanidad actual. y en cada caso tuvimos contacto con gente de tal índole. ninguna nos satisfizo. así que nos fuimos a tomar vino al muelle, donde un grupo de empepados flasheaban con las estrellas y demás cosas.



Cuando salimos de lago hermoso, habiendo cumplido la promesa de ir a dar una mano a winkamawida, la última mano a winkamawida, porque el refugio cerraba sus puertas misteriosamente o claramente al finalizar esa temporada. y qué iba a ser después de juan, el tipo que construyó el lugar que ahora quería vender a dos pesos para irse al calor, para fortalecer los huesos en el trópico o en brasil mínimamente, pero irse, irse del frío, de la nieve, o sabrá él de qué.

la última vez que lo vi (después volvimos: el viaje fue hecho en U, ida, vuelta, ida), y cuando nos despedimos realmente, diez minutos antes habíamos discutido un poco, juan y yo. justamente por eso de dar una mano.

la cuestión, en resumen fue que, antes de irnos y considerando que además de adán, el guía de pesca yanqui que tenía salamines y atún y quesos de cabra además del gomón inflable a motor en su camioneta, nosotros cinco éramos los únicos huéspedes, teniendo en cuenta además que estábamos pagando poco porque el refugio se estaba retirando del público y que juan de a poco se iba volviendo más loco, pero de una locura triste y cuerda, que más allá de todo queda la imagen de alguien siempre subido a un barco, con una pipa colgando de la boca y los ojos mirando nada pero los oídos atentos para no perder palabra alguna del exterior y esa mancha en el ojo, una mancha negra en el ojo azul, esa marca oscura, la oscuridad de juan, reclinado en las sillas de plástico de brahama, bajo el techo de paja del quincho, pensando además o solamente en la próxima tarea del día bajo el sol...

antes de irnos nos pidió que limpiáramos el refugio, que baldeáramos el piso, para que ya quede listo por si caía alguien lo mismo que si se cerraba para la venta.

mientras yo preparaba mi mochila tranquilamente, gonzalo baldeaba el piso (probablemente por primera vez en su vida) y a juan le pareció que era demasiada agua mezclada con tierra.. es decir un “No hacen nada pero lo hacen mal”, frase que encaja en tantos momentos de la vida.

cuando estábamos cerrando cuentas y hablando en términos de despedida en la cocina fue que yo le dije a juan, que se fijara, que alguien le estaba dando ayuda, cuando no tenía por qué dársela, y no te lo digo por mí, le dije.. que no toqué ni una escoba ni pienso tocarla, sino por gonzalo, que de onda te está baldeando el piso y vos te calentás porque no lo hace como te gustaría, entonces fijate, o hacelo vos.

así que la despedida última (y ya no creo que nos volvamos a ver) fue que él me pidió perdón, y yo le dije: a mí no me tenés que pedir perdón. que te vaya bien juan, le dije y le di un abrazo. que me vaya como me tenga que ir. dijo.

pero antes, la primera vez en este viaje que nos fuimos de lago hermoso sabiendo que íbamos a volver, y para asegurarlo ana dejó el organito que llevó como excedente al viaje, llegamos las dos a la ruta y ana plantó mapa mental y dijo:

si queremos ir al bolsón podemos ir ya, porque después hay que ir a buscar, en tres días a berna a san martín. y poniéndose en forma de cruz o espantapájaros señaló las rutas posibles desde la banquina: bolsón, o algún otro lado de acá que ya nos va a impedir ir para el bolsón o no, pero después para volver vamos a estar muy abajo...

bolsón, dije yo. y eran 400 km para abajo. cuatro de la tarde. bien, era la primera semana de viaje. así que hicimos dedo hasta donde sea que nos alcanzaran, y no me acuerdo quién fue que nos llevó el primer tramo. pero quedamos finalmente en frente del supermercado “buena vida” o algo así, en el boulevard de villa la angostura a eso de las ocho, nueve de la noche, después de haber viajado, por tramos toda la tarde.

mientras ana hacía las compras en buena vida yo cuidaba el equipaje y fumaba tirada en el medio del boulevard de villa la angostura planeando la forma de seguir viaje o consultando a camionetas de la estación de servicio que había a mi espalda, frente al buena vida, si nos alcanzaban para el lado de bariloche.

en eso viene un pibe, que había bajado a comprar cigarros a la ypf, pasa y lo encaro para ver a qué lado iba, si nos llevaba, etc. no, me dice, yo vivo acá arriba en el cerro. soy de la angostura. ah, bueno le digo, gracias y vuelvo a mi pedazo de pasto a tirarme y esperar el destino.

pero al toque vuelve el pibe y me dice: si no quieren seguir viaje, se pueden quedar a dormir en mi casa, se quedan gratis, vivo en una comunidad indígena allá arriba, y mañana siguen viaje. bueno, le digo. gracias. y espero a ana para consultarle, que ya venía cruzando la calle.

estaba oscureciendo, así que lo mejor era dormir ahí donde estábamos. le dijimos que sí a ariel y subimos al renault 12 rojo donde había otro tipo y un montón de maderas de llao llao, nudos y artesanías que ariel vendía los fines de semana a los turistas.

lo primero que nos preguntó fue si teníamos porro, mientras llegábamos a la casa, y por suerte nos quedaba todavía algo de porro, creo que unas tucas que logramos estirar en dos porros en agradecimiento de la estadía.



la comunidad arriba de la montaña era soñada, casas de madera totalmente desprolijas, alejadas unas de otras, sin orden, huertas, miles y miles de gallinas, camiones, autos, chatarra, sogas, miles y miles de árboles altísimos y el cielo oscureciéndose.

pasen, dijo ariel, que es una de las personas que mejor me cayeron en mi vida.

nos pusimos a armar la carpa en el patio, cerca del garaje abierto de ariel, y mientras estirábamos la tela de avión en el pasto, las gallinas se sentaban arriba o caminaban todas alrededor. dejamos algunas galletitas al lado de un árbol para que se junten ahí y terminamos de armar la carpa.

después nos sentamos en la mesa larga de madera (todo en la casa era de madera) del garaje de ariel y nos pusimos a tomar mate.

ariel tenía 27 años, tres hijos de dos mujeres distintas, una de las cuales vivía con él pero en ese momento estaba en el pueblo con el hijo que también vivía con él, por lo que esa noche ariel había quedado solo en la casa.

nos contó de la expropiación de tierras indígenas, los decretos que se estaban haciendo ese año y el anterior, la guerra que fue durante dos o tres años cuando los propietarios de las tierras no querían darlas y venían armados todas las noches a robarlas de nuevo.

él consiguió ese pedazo de terreno y un amigo le regaló un árbol. pagó tres mil pesos en el aserrado de la madera y él solo hizo la casa, que con un solo árbol y todo su trabajo le costó tres mil pesos.

esto nos lo contó más tarde cuando nos sentamos a comer un pollo increíble que ariel nos cocinó y habría matado ese mismo día, ana y yo hicimos ensalada, que era lo único que teníamos, y puso el pollo en una asadera arriba de la mesa, lo repartió en tres y comimos mirando televisión mientras él nos contaba su vida.

a los catorce años se había ido de la casa, y caído en villa la angostura donde trabajaba en obras hasta que fue consiguiendo el lugar en la comunidad.

terminamos de comer y fumamos, ariel dijo de ver una película de las que había ahí, tengo colmillo blanco, dijo. que la alquilaba siempre. bueno, dijimos, colmillo blanco.

pero lo mejor fue cuando ariel se aburrió de ver colmillo blanco, la apagó y parándose adelante del televisor empezó a contar la película en detalle desde el principio hasta el final, haciendo la mímica de lo que contaba, y cuando terminó dijo: bueno, la historia de colmillo blanco.

después nos fuimos a dormir, ariel también se fue a dormir, y al otro día, lo encontré en el comedor, al lado del tarro que usaba de estufa y tacho de basura, despierto desde las cinco y media cebando mate al que me sumé hasta que nos fuimos al garaje descubierto para que él trabaje en los nudos de llao llao mientras seguíamos hablando y cambiábamos de cebador de mate.

a eso del mediodía cuando se despertó ana, desarmamos la carpa y ariel nos indicó el camino por el bosque (unos dos kilómetros) para bajar de la montaña y cómo teníamos que hacer después para llegar a la ruta camino al bolsón.





El camino por el bosque fue largo, pero en bajada. Al final llegamos a una calle de tierra deshabitada, en todo el camino vimos a un solo hombre en la puerta de su casa entre los matorrales, y en la ladera vimos un lugar mágico, una arboleda de pinos y adentro muchísima luz encandilante, compactada.

Nos quedamos en la curva de la calle de tierra a descansar, esperando que el cuerpo decida retomar el camino, sin saber a cuánto estábamos de la ruta (porque toda indicación de kilometraje es falsa). Hacía un calor impresionante, ana tenía cargada de agua tibia la cantimplora que le había dado juan.

No había sombra en ninguna parte, a pesar de estar al lado de un bosque. de repente paso la primera camioneta, y seguramente la única de ese mediodía de domingo.

me paré en medio de la calle, de forma que el vehículo tuviera que frenar sí o sí. frenó:

eran empleados estatales de los bosques de la angostura. terminantemente prohibido tenían subir gente al furgón, pero hicieron la primer y última excepción.

el viaje fue largo, tardamos más de veinte minutos en llegar a la ruta viajando a 50 km/h. seguramente antes nos habíamos equivocado de camino o ariel nos había intentado aliviar la certidumbre de la distancia aterrante.



En una parada de colectivo con forma de casa había dos pibes esperando que alguien los lleve hacía dos horas. nos adelantamos, y a los diez minutos paró un camión.

Iba al galpón de descargas que quedaba en medio de la ruta del desierto. bueno, dijimos.

la salida de villa la angostura es hermosa, rodeada de lagos hasta bordear el nahuel huapi que acompaña por largo tiempo el recorrido hasta que se esconde de nuevo.

Bajamos en la ruta desértica, todo era piedras hirviendo, hacía unos 35º y no eran más de las tres de la tarde. el arbusto más alto nos llegaba a las rodillas, y lo único que teníamos para ingerir era el agua tibia de la cantimplora. pero en seguida el destino nos puso adelante otro camión, ahora el del dueño de la empresa de camiones, que nos alcanzó unos 10 km, hasta la circunvalación donde empezaba la ruta a bariloche.

en el camino nos preguntó sobre quién nos había traído, y comentó sobre la prohibición que tenían los camioneros de levantar mochilas. a lo que afirmamos diciendo que igual los camioneros eran una masa y que no le daban bola a esas leyes de arriba. ahí fue cuando nos dijo que sí, que sabía, y que él era el dueño de la empresa y de los camiones.

Nos bajamos en seguida, y esperamos al lado de un cartel de ceda el paso, que tenía borrada la unión de las líneas de la p, de modo que decía Ceda el faso. ya no teníamos faso, y esperamos largo rato, todos los autos pasaban de largo.



hasta que después de unos 40 minutos bajo el sol frenó una camioneta: un pibe que trabajaba en bariloche. nos contó sobre sus ideas hippies, y sus viajes antes de asentarse en bariloche donde, de todos modos salía de pesca todos los fines de semana, se iba a la mañana y volvía a la tardecita. el pibe rodeó todo bariloche para dejarnos en la ruta que iba al bolsón, la entrada a bariloche es complicadísima, si no hubiera sido por él, nos hubiéramos quedado en la ruta varias horas, más porque no pasó ningún auto mientras viajábamos.

Así quedamos en la rotonda de la salida de bariloche, esperando el transporte al bolsón.



al rato paró una camioneta, una de esas camionetas zarpadas con caja techada, viejas, ejemplos de película de viaje. adentro iban orión y carli, viajaban hasta esquel.

estuvimos viajando unas 3 o 4 horas. en el camino paramos en un arroyo, donde carli hacía patito con piedras que empezaban a saltar desde esta orilla y salían del agua en el otro lado. fumamos, subimos de nuevo a la camioneta, hasta que nos dejaron en la puerta del bolsón ofreciéndonos de seguir viaje con ellos hasta esquel.

pero nos quedamos en el bolsón, habíamos llegado a nuestro destino, eran las seis de la tarde, el sol seguía igual que al mediodía, y ahí no quedó otra que caminar por tierra hasta la villa flores, que quedaba después del río principal, el más urbano, y donde vivía la familia que el año pasado había hospedado a ana gratis.



Nos costó bastante encontrar la casa, parando en el camino, pasando por la misma puerta varias veces, porque la villa era una repetición de la misma fachada de casa en cien casas: portales de maderas en forma de rejas y todo color tierra, hermoso.

al final la encontramos, y ana hizo trabajo de memoria con el dueño de casa que la reconoció y nos abrió la puerta: vine con una amiga, dijo ana, y en seguida me presentó a los tres hermanitos que habían ido de excursión con ella el año anterior.

El patio era grande, con un gallinero en el fondo y una sierra, dos perros, uno grande y uno chico, cinco gatitos, plantas de duraznos, guindas, cerezas, limones, una huerta, gallinas, gallos, el gallo blanco, un pato solo, una pileta pelo pincho, un mini invernadero, y juguetes tirados.

toda la tarde el perro persiguió al gallo blanco.

el gallo, aburrido como gallo, pasaba por al lado del perro, cada vez más cerca y le cacareaba hasta que el perro reaccionaba, primero tiraba un ladrido, después se movía, y ahí era cuando el gallo empezaba a correr cacareando por todo el patio perseguido por el perro que lo alcanzaba y lo mordía amistosamente hasta que el gallo se hacía el muerto, el perro se distraía con otra cosa y el gallo blanco empezaba a camorrear de nuevo. así sucesivamente durante la tarde entera, y seguramente durante todas las tardes.

armamos la carpa al lado del gallinero y fuimos a la plaza que quedaba cruzando el río.



después de tomar unas cervezas y pelear con los policías de la plaza por prohibición de beber en la vía pública, volvimos al patio a dormir.

al otro día desayunamos en la cocina, y más tarde nos fuimos a higienizar al río urbano.

el agua era helada, pero había que bañarse. hacía unos cinco días que no nos bañábamos, así que hicimos el esfuerzo, el cuerpo se dejaba de sentir por el congelamiento, de manera que el frío tampoco se sentía pasado un rato.

esa misma noche tomamos un colectivo hasta lago puelo.

el hecho terrible es sumergir la cabeza, realmente es un acto de valentía casi inconsciente. como cuando tenés miedo y respirás para cruzar la raya que te lleva al otro lado del miedo y lo mata.

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