sábado, 2 de junio de 2012

Chaqueta amarilla




Ese día nos quedamos con Ana a cargo del refugio. Juan se había ido a comprar víveres al pueblo. Así que tomamos las recomendaciones y nos tiramos al sol a tomar mate.

En ese verano era protagonista de la enemistad la chaqueta amarilla: especie de abeja mortal, que como todas, no pican porque sí, pero la diferencia es que si ésta te pica, te puede llevar a la muerte, salvo que encuentres un antídoto antes de las doce horas.

El patio del refugio estaba lleno de chaquetas que se posaban sobre todo en los frascos de mermelada abiertos o en cualquier pedazo de algo dulce que quedara sobre la mesa.

Así es que estábamos leyendo al sol cuando Ana sintió un roce extraño en el párpado.

Creo que me picó algo, fue lo que dijo. Yo miré, vi todo normal y bajé la cabeza al libro que me había prestado Daniel para leer en el viaje.

Era uno de esos libros en los que no pasa nada, pero que además está escrito de manera nihilista, y además es del año sesenta. Uno de esos libros que se leen en un rato y que por eso no es recomendable para llevar de viaje.

Ana leía En el camino de Kerouac, que la acompañó por dos viajes más.

Al rato, cuando se repitió el malestar, me detuve a mirarla mejor, y efectivamente, el párpado se le iba hinchando de a poco en un progreso visible.

No pasa nada, le dije, es un camoatí.

Pero hubo un tercer quejido que nos hizo recorrer las plantas medicinales de Juan y recordar cuál de todas servía para casos así.

Usamos una que no me acuerdo el nombre, pero que Juan utilizaba para todo tipo de cosas, después jugo de cebolla, hasta que al ver que el ojo se hinchaba cada vez más, tanto que asustaba al que no está acostumbrado, Ana se puso un par de anteojos negros porque estaba entrando un grupo de ciclistas que necesitaban antes que nada bañarse ya.

Así es que los refugiamos y esperamos a que pase el tiempo. En un momento pensé que quizás Ana iba a morirse, pero después repuse que espiritualmente seguía actuando idéntica a su persona aunque más monstruosamente si se sacaba los anteojos, por eso es que seguimos leyendo hasta que atardeció y el peligro pasó indiferentemente.

Al llegar Juan, nos dijo que la próxima vez había que hacer un pequeño corte en la picadura para que con la sangre saliera el veneno. Pero que esta vez sólo había sido un roce de la chaqueta, una señal de los Elementales, tradujimos.

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