lunes, 6 de octubre de 2008

Junín de los Andes- Lago Huechulafquen

Costó bastante tiempo encontrar un transporte para ir hasta el camping del primer lago. Frente a la terminal había un parquecito con más chicos esperando. Aprovechamos la espera para hacer compras en el supermercado y alejarnos del pueblo por un tiempo indeterminado.
Entrevisté a todos los remiseros posibles, y a cada auto que pasó para ver si por casualidad viajaban para aquél lado. Todas las posibilidades fallaron, hasta que conseguimos más gente para llenar una combi y nos fuimos mientras atardecía.
En el camino bordeamos las montañas en subida y el viento entraba por las ventanillas de la camioneta mientras escuchaba música de viaje en el mp3. Entre canción y canción oía fragmentos de conversaciones del resto que hablaban del viaje, el tiempo, el lugar natal de cada uno.
A la media hora llegamos a un camino de tierra que llevaba al camping. Esa fue la primera vez que intentamos caminar por un largo trecho con las mochilas.
Llevar mochila es lo mismo que sentirse una bicicleta. Si no lográs deshacerte de tu sujeto es casi imposible llevar mochila. Y no sólo por esto, sino también porque realmente era demasiado peso mal acomodado, a las tres cuadras no dimos más y emprendimos lo que sería el primer descanso en el pasto.
En seguida pasó una camioneta, la última de ese día que entraba al camping tan lejano, cargamos las mochilas en el techo y a nosotras dentro del vehículo.
El camping empezaba a estar oscuro, eran las diez de la noche. Lo cercaba un lago enorme respaldado por tres montañas que en la noche tomaban formas monstruosas invadiendo el agua. La costa era de arena negra y decidimos clavar la carpa apuntando hacia el lago. Nos olvidamos de llevar linterna, así que tuvimos que arreglarnos con el celular y una tarjeta pre-paga de ana que tenía una luz efímera para buscar estacas y esas cosas pequeñas.
Se hizo de noche en seguida, pero ya teníamos la carpa a medio hacer.
Antes hice un recorrido rápido por nuestro alrededor y encontré una tabla gigante para usar de mesa, silla, cama al sol. Fue un hallazgo increíble y mi segunda sensación sísifa tan literal. La tabla pesaría unos setenta kilos, si no exagero, y el arrastre de unos 30 metros me llevó alrededor de diez minutos. La dejé en el lugar que sería fijo y se levantó una polvareda negra. Me sacudí las manos, miré para arriba: el cielo estaba completamente agujereado. La capa blanca que en general está oculta, se veía en la misma medida que la negra. O a la inversa, incontables puntos blancos hacían figuras que se podían ver sin mucha concentración.
Llega un momento y un espacio en que lo otro se encarga de los sentidos de uno, y uno descansa y contempla. Había partes de niebla dispersamente estrellada, la vía láctea, la cruz del sur, todas las constelaciones transparentándose, como si se hubiera borrado la capa más superficial de visión. Wow. Así iban a ser todos los cielos del viaje. Salvo que éste no tenía luna.

2 comentarios:

Unknown dijo...

como dijo cecilia:

irme caminando a casa pensando en ser poeta, poeta

ana dijo...

hola letras:
para que sepas hoy te llame
pequeña rata insolada
pero no contesto nadie

chau letras