lunes, 20 de octubre de 2008

la gata

Prendo la luz del patio voy a recostarme en la reposera a poner las patas sobre un banco donde están la pava el mate y los cigarros. empieza a anochecer.
la gata merodea por las cerámicas anaranjadas. envidio la cola que tiene, cómo la mueve, cómo camina y se rasca con la madera del banco y después con la pata de la mesa. la cola es la sensación que queda mientras elige qué hacer con los próximos segundos. de repente ve el recipiente de agua y con la misma velocidad relajada esquiva la mesa y se inclina a beber. levanta la cola que descansa porque ahora el eje de la acción ha cambiado. la miro, la envidio con su cola en movimiento y la contemplo sin reacciones cuando concluye alguna necesidad básica, como ahora se va al pasto y rasca un poco de tierra para intentar irse de cuerpo pero al segundo se levanta y tapa la nada con pedazos de pasto y migas de tierra.
viene, le pego un llamado que recibe antes de mi voz, tales son sus tiempos, parece que el presente fuera lo que la envuelve desde su aparición en la vida hasta hoy. en eso nos parecemos. no hay una línea de tiempo, solamente un movimiento infinito que ella muestra en la velocidad de su cola. venga gata, le digo, sos hermosa. y se queda, patas sobre mis huesos de la cadera y manos en mi pecho, acomoda la cabeza sobre mi hombro, en la parte entre el cuello y la nuca. comienza un sonido tranquilo, silencioso pero feliz. quisiera que todos los humanos fueran así, y pensar que son tan pocos los de tu raza.
se da vuelta, se sienta en mi panza y dándome la espalda, miramos juntas el cielo. hay un azul mediterráneo casi acuoso y a unas cuadras vemos la torre de telefónica que centellea una luz roja. eso es el tiempo, parece decirme la gata mientras me agita la cola sin rozarme delante de la cara como un péndulo de belleza, y yo pienso, éste es el tiempo gata, y aquello es que el único color es el rojo.

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