martes, 26 de febrero de 2013


Elegía (Robin Myers)

La vida perdida aún hace señales.

La casa y su precaria instalación eléctrica,
la ruta que subía entre los cementerios,
los tomates en pugna con su bolsa de plástico
como piedras en un estómago vacío.

Una ronda de chicos que se pasan de mano con orgullo
a un cachorro, un dócil prisionero que cambia de captor,
fuegos artificiales a lo lejos por la boda de alguien,
el humo que alquitrana el horizonte.
La luna, ahogada.

Ahí, en medio de la noche, aún
están la mermelada, el arroz, los pedazos amarillos de queso
cortados con cuidado en la heladera que retumba, se para y desfigura
toda sustancia y la transforma en hielo.

Y vos. Ahí estás vos,
ahí estás vos, aún, piedra caliza, cigarrillo, ducha fría, guitarra
que le entregaste de regalo a alguien, vos, perdida, rodillas huesudas, balcón, perdida,
perdida, anís, llaves del auto, migraña, sopa de lentejas.

Los labios en mi frente, vos dormida, de espaldas,
vos, silenciosa, vos, entregada.

La vida perdida, dado que se perdió, se vuelve
más generosa.

Vuelve a ofrecerse una y otra vez
y se niega a aceptar nada nuevo de nadie,
con el mismo hermetismo de la gente
caritativa de verdad.

Ahí estás vos, pepinos, amanecer
que tiñe de blanco la ciudad, rezos involuntarios,
rencor, radio, cocina de una sola hornalla,
cactus del tamaño de un dedal
y tus omóplatos
y mis omóplatos.

Dada, entregada, perdida, vos, la vida perdida,
seguís perdida, seguís durmiendo, tibia todavía
contra mis vértebras y me tocás aún
todas las zonas que todavía no alcanzo.

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