Elegía (Robin Myers)
La vida perdida aún hace señales.
La casa y su precaria instalación
eléctrica,
la ruta que subía entre los
cementerios,
los tomates en pugna con su bolsa de
plástico
como piedras en un estómago vacío.
Una ronda de chicos que se pasan de
mano con orgullo
a un cachorro, un dócil prisionero
que cambia de captor,
fuegos artificiales a lo lejos por la
boda de alguien,
el humo que alquitrana el horizonte.
La luna, ahogada.
Ahí, en medio de la noche, aún
están la mermelada, el arroz, los
pedazos amarillos de queso
cortados con cuidado en la heladera
que retumba, se para y desfigura
toda sustancia y la transforma en
hielo.
Y vos. Ahí estás vos,
ahí estás vos, aún, piedra caliza,
cigarrillo, ducha fría, guitarra
que le entregaste de regalo a
alguien, vos, perdida, rodillas huesudas, balcón, perdida,
perdida, anís, llaves del auto,
migraña, sopa de lentejas.
Los labios en mi frente, vos dormida,
de espaldas,
vos, silenciosa, vos, entregada.
La vida perdida, dado que se perdió,
se vuelve
más generosa.
Vuelve a ofrecerse una y otra vez
y se niega a aceptar nada nuevo de
nadie,
con el mismo hermetismo de la gente
caritativa de verdad.
Ahí estás vos, pepinos, amanecer
que tiñe de blanco la ciudad, rezos
involuntarios,
rencor, radio, cocina de una sola
hornalla,
cactus del tamaño de un dedal
y tus omóplatos
y mis omóplatos.
Dada, entregada, perdida, vos, la
vida perdida,
seguís perdida, seguís durmiendo,
tibia todavía
contra mis vértebras y me tocás aún
todas las zonas que todavía no
alcanzo.
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